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Blancanieves y los siete pecados capitales

Había una vez una joven que trabajaba como ayudante de dirección en una galería de arte muy exitosa. Se llamaba Blancanieves y era la mano derecha de una mujer muy influyente en el mundo del arte y la cultura.

La jefa de Blancanieves, la señora Queen, se dedicaba principalmente a exponer sus propias obras que vendía por altísimos precios. Era muy buena artísticamente, pero demasiado vanidosa.

Como la señora Queen no quería que nadie fuera tan bueno como ella, ponía a Blancanieves a trabajar en funciones muy por debajo de su capacitación, le llenaba de tareas de poca visibilidad, muchas idas y venidas y papeleos interminables durante todo el día para que no tuviese nada bueno que aportar. Al final del día, Blancanieves estaba tan exhausta que no tenía tiempo para dedicarlo a trabajar en su propia creatividad.

Cada mañana, la vanidosa Queen, se extasiaba mirando sus creaciones y se decía a sí misma: «¿Quién es la mejor artista del momento?». Sonriendo, ella misma se contestaba: «Yo soy, sin duda, la mejor y la que más admiración causa».

Pero un día aquel espejo de vanidad donde ella se alimentaba le devolvió otra realidad: Queen, entró en la red social del momento y vio el último trabajo de Blancanieves. El pensamiento de ¡qué bueno es!, se coló rápidamente a la parte de atrás de su cabeza y mientras la envidia y la ira le subían desde las entrañas, se juró opacarla para que no tuviera tiempo de hacer nada para ella misma.

Durante mucho tiempo, Blancanieves fue relegada a hacer y hacer. Todos en la galería le mandaban y terminaba tan agotada que su ánimo, su positivismo e incluso su creatividad dejaron de despertarse cada mañana. Cuerpo, corazón y mente se desconectaron y empezaron a vivir a ritmos distintos.

Cuando Blancanieves le pidió a Queen que le dejase exponer su trabajo tal y como habían acordado tiempo atrás, la vanidosa jefa se enfadó, gritó y la sala tembló. – «Por favor, ¡no me echéis!»- le suplicó Blancanieves – «Limpiaré… lavaré…  coseré… barreré… y cocinaré. Pero por favor, déjame aquí. No tengo otro sitio donde ir».

Un día, una nueva ayudante de dirección entró a trabajar en la misma galería como becaria y conectó muy bien con Blancanieves. Había visto parte de su trabajo que todavía quedaba vivo en internet y le animó a que saliese de aquel agujero para poner su talento en marcha.

Durante un tiempo, Blancanieves estuvo negándose a creer que podría volver a despertar su arte. El ánimo le fallaba y sentía que ya era demasiado tarde. Aunque de vez en cuando, todavía se permitía soñar con volver a poner sus ideas en marcha, luego decaía y decidía quedarse como estaba.

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Un día se encontró con Pereza, una mujer joven y elegante que le prometió lo que ella más tiempo llevaba deseando: el descanso. No te esfuerces, mejor empieza mañana fue su mejor consejo.

Pereza tiene razón, pensó: Mañana lo haré. Ahora necesito descansar y cuidarme. Tengo otras muchas cosas que hacer antes de estar preparada para crear por mí misma.

Blancanieves llevaba tanto tiempo obedeciendo a otros, que se había olvidado de ella misma. Todos los días decidía que empezaría a la siguiente semana, pero eso nunca llegaba. Su vida transcurría en la comodidad de hacer cada día lo mismo sin enfrentarse a sí misma. Había dejado de aprender, de intentar, de luchar… incluso de cuestionar. Se había conformado con la mediocridad. Cuando por fin se ponía a pensar en sí misma, recordaba las palabras de Pereza que le invitaba a hacer las cosas de la misma manera y volvía a caer en los mismos errores una y otra vez.

Pereza no me ayuda, pensó un día. Me ha hecho pensar que tengo que descansar hoy y comenzar mañana, pero esa es una rueda que no tiene fin.

Cuando parecía que Pereza se iba a quedar a vivir dentro de ella para siempre, conoció a Gula, que le ayudó a pensar en el valor de sus antiguas creaciones y en el talento que en ella yacía dormido.

Gula, resultó ser una persona muy amable. Le pidió que llenase su tiempo libre de tareas agradables y divertidas. Esto pareció resultarle lo más idóneo y ameno y le hizo caso. Así, Blancanieves buscaba llenar su día de placer y bienestar. Hacía tanto tiempo que no se cuidaba a sí misma, que Gula y su consejo de huir del sufrimiento, le pareció el paraíso.

Pero lo que en principio parecía un buen plan, resultó ser excesivo por parte de Gula, que animó a Blancanieves a ingerir sin medida. Así, nuevos proyectos, cursitos, conversaciones, conferencias, libros y talleres empezaron a ocupar el tiempo y la mente de Blancanieves. Necesitaba todo. Todo aquello que ella desconocía y que no parecía saciar su voraz apetito. Nada era suficiente. Y en ese exceso, Blancanieves se volvió a perder y olvidó por completo lo que le hacía única y valiosa: su creatividad. Trató de alimentarse de tantas cosas superfluas, que se quedó famélica de lo que de verdad importaba: conectar con su valor personal.

Gula me estresa, pensó un día. Me dice que tengo que ingerir todo lo que pueda, pero eso me hace lenta y pesada. Necesito algo nuevo.

Un día recibió la visita de Avaricia. Blancanieves no se podía mover por sobrepeso mental. Le parecía que de nada tenía suficiente y Avaricia le propuso un régimen de consumismo externo para buscar su valía interior. Sí, eso parecía perfecto.

Día tras día repetían sus valores y fortalezas. Le obligó a mirar lo buena que era ella y lo mediocres que eran todos los demás. Visualizaron todas las cosas en las que era mejor que otros. Su lenguaje siempre comenzaba con Yo quiero, Yo sé… Yo tengo… Yo puedo… Yo soy mejor… Yo me merezco… yo, yo, yo, yo….

Blancanieves hablaba de lo buenas que eran sus creaciones, pero no creaba.

Teorizaba sobre cómo se hacían las cosas, pero no las hacía.

En su lugar, criticaba todo y a todos, y en su afán por tener y tener cualidades que nadie más tenía, se volvió a olvidar de lo que más le llenaba el corazón: crear.

Avaricia me ha engañado, pensó un día. Me ha hecho pensar que tengo que ser especial y mejor que los demás, pero me ha metido en mi propia cueva interior.

Envidia un día se pasó por allí y se apenó por Blancanieves. Le pareció que alguien tan talentoso, no debería estar refugiado en su propio mundo interior y debería salir y buscar su felicidad. Pero cuando decidió hacerlo, lo primero que sintió fue tristeza por lo buenos que eran sus compañeros y amigos.  ¿Cómo era posible que otros tuvieran éxito y no ella? ¿Por qué ella no sabía vender su arte? Aquello le molestó tanto a envidia que no paró de gritar hasta que Blancanieves se paró a escuchar. Ella tenía que conseguir el mismo éxito y reconocimiento que los demás. La comparación no le dejaba dormir y pronto enfermó, parecía que todos tuviesen talento menos ella. Si la felicidad dependía del aprecio de otros y ella no lo podía tener, mejor quedarse bajo la máscara de una vulgar ayudante y olvidarse de su don.

Envidia le presentó a Lujuria, que resultó ser una señora muy exitosa que se ofreció a conseguirle el más preciado don para ella: la valoración de otros. Juntas trabajaron para conseguir éxitos que alimentasen su autoestima. Se esforzaban por demostrar su valía, la cual sólo les alimentaba si venía acompañada de las alabanzas de otros. Cada día salían a ganar el aprecio de los demás y a seducir con su poderoso encanto, era tremendamente importante resultar aceptada a los ojos de todos y se comportaban para agradar – sin importar a quién.

Eran capaces de adaptarse a todo y todos con el único fin importante para ellas: ser aceptadas y elegidas.

Tanto éxito y reconocimiento tuvieron que creyeron estar cerca de la felicidad, pero no lo podían disfrutar porque ambas estaban exhaustas. Y en el afán del que solo quiere ser querido, apareció Soberbia con el único propósito de ayudarle a mejorar aún más.

Blancanieves se negó a recibir la ayuda de Soberbia, pero claro. ¡qué sabría ella! Soberbia gritó que conocía a la perfección lo que Blancanieves necesitaba mejor que ella misma y aunque no le habían invitado a quedarse, Soberbia se quedó.

Soberbia sabía lo que todos necesitaban y se afanó en ayudar, pero su ayuda no era desinteresada, quería algo a cambio que nunca llegaba: amor.

Soberbia tenía una intención oculta: “si me quedo a ayudar, pensaba, Blancanieves me querrá para siempre y nunca me dejará. Cuanto más indispensable sea, más me necesitará y siempre tendré aquí mi lugar”.

Pero Blancanieves, cansada de tan largo camino, dejó que Soberbia se quedase sin darle su pago a cambio. Y cuando Soberbia notó que no recibía su pago, sacó el orgullo y enseñó su verdadera cara: la del rencor.

Ira apareció de repente, una mañana sin avisar. Queen había mandado a Blancanieves a hacer unos recados y en el camino, encontró a un grupo de jóvenes artistas pintando en la calle. Parecían felices y libres. Se vio a ella misma años atrás cuando nada le impedía crear y divertirse. Empezó a recordar aquellas veces en las que se había hecho pequeña por dejar espacio a otros y una profunda ira se hizo hueco en todos los rincones de su ser. Recordó los mensajes de Avaricia y de Envidia y su situación no le pareció justa. El mundo se había portado mal con ella. ¡Cómo era posible aquello! ¡Con el talento que tenía! Había malgastado toda su vida escondiéndose y tratando de ser Doña Perfecta para otros, olvidándose de sí misma.

Cada día, al atardecer, alguno de los siete mensajes que había recibido se hacían presentes:

Si aparecían Envidia y Avaricia, Blancanieves se pasaba las horas criticando el mundo y su injusticia.

Si era Pereza y Gula quienes la visitaban esa tarde, Blancanieves se pasaba la tarde diseñando las muchas tareas que haría… al día siguiente.

Si la vanidosa Lujuria y Soberbia se quedaban a cenar con ella, Blancanieves hacía una gran fiesta e invitaba a toda la comunidad artística, que irremediablemente alababan su buen trabajo y la animaban a montar su propia exposición. Era una pena que Ira se había quedado a vivir en el fondo de su corazón y nada le parecía suficientemente bueno.

Mientras, Queen, volvía hacia su espejo del placer y se preguntaba ¿Quién es la mejor artista del momento? Y sonriendo, ella misma se contestaba: “Yo soy, sin duda, la mejor y la que más causa admiración”.

Un día gris, Blancanieves recibió un mensaje de su madre. Era una suave voz que procedía de su recuerdo. Su madre le decía:

“Si te visita Pereza, agradécele su cuidado, pero dale un vaso de Consciencia y pon foco en tu verdadero talento. Tu don guiará tu motivación.

Si te visita Gula, agradécele su cuidado y háblale de Sobriedad, es la llave para poner tu foco en lo saludable. Y preséntale a Desapego, cuyo lema es: “La felicidad está en uno mismo”.

Si te visita Avaricia, agradécele su cuidado e invítala a salir de tu interior. Dile que el tener y tener te quita espacio para disfrutar.

Si te visita Envidia, agradécele su cuidado y dile que quieres aprender con otros. Que no es la comparación, sino la diversidad, la que te hace crecer.

Si te visita Lujuria, mantente en tu sitio y agradécele su cuidado. Dile que agradar no es tu intención, sino expresar.

Si te visita Soberbia, agradécele su intención de ayudar. Pero dile que será Intuición la que guíe tu camino.

Si te visita Ira, mantente serena. Si le muestras que has aprendido a quererte y a cuidarte por ti misma, se hará pequeña.

Blancanieves se dejó inundar por este mensaje y empezó a pensar que quizá el problema no había sido Queen, sino su inseguridad y miedo los que le habían impedido crecer. Y de repente… una rendija de luz se coló en su mente y una pequeña idea empezó a tomar sentido.

……

Cuento dedicado a los miles de hombres y mujeres, niños y niñas que no han encontrado (aún) su canal de expresión y el modo de poner su talento en el mundo. Espero que puedan encontrar su luz.

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