Los Tres Cerditos Van A La Oficina

Había una vez tres amigos que trabajaban juntos. A menudo, se sentían inquietos porque el incierto futuro amenazaba con comérselos.

Un día, se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno buscara soluciones para estar más protegidos por si llegaban dificultades.

Uno de ellos, llamado Paco, que era muy vago, decidió que la mejor opción sería esperar a que su jefe diera las soluciones – que para eso era el jefe. Lo peor que podía pasar era que cerrasen y él estaría cubierto con su desempleo.

¡Yo no le temo al futuro! Les dijo a sus compañeros. Hasta ahora no ha pasado nada. Si viene la amenaza, alguien nos socorrerá. ¡Qué piensen los de arriba, dijo! ¡Yo ya hago suficiente con venir a trabajar cada día!

Otro compañero, llamado Peco, era un poco más decidido que el anterior, pero tampoco tenía muchas ganas de pensar en nuevas soluciones. Decidió que lo más sencillo sería mejorar su ritmo de trabajo y quedar bien con el fin de competir con las otras oficinas y obtener mejores resultados que el resto. Así, decidió que su estrategia iba a ser trabajar, trabajar y trabajar.

Yo tampoco le temo al futuro – comentó a todos aquellos que sacaban el tema. ¡Yo estoy protegido, no seré yo el primero en ser comido! Otros caerán primero y para cuando llegue mi turno, ya estaré a las puertas de mi jubilación. ¡que se preocupen los otros! Yo seguiré siendo le mejor en lo mío y no necesito nada más. Las crisis siempre acaban primero con los más débiles, y ese no es mi caso.

El tercer compañero, Pitu, sabía que las dos soluciones propuestas por sus compañeros no eran suficientes e ideó su propia estrategia. Quería hacer algo nuevo, indestructible ante cualquier amenaza, por ello, salió de la oficina, observó el mercado, sus alegrías y penas, quejas y necesidades, los dolores de las personas y los nuevos adelantos que otros sectores estaban desarrollando. Y así, comenzó a construir su nueva mentalidad. Día a día, se afanó en desarrollar la mejor propuesta de valor posible.

Sus compañeros no entendían para qué se tomaba tantas molestias.

– ¡Mira a Pitu! – le decía un compañero al otro – Se pasa el día investigando en vez de venir a jugar con nosotros. Es un iluso por pensar que el cambio que él propone es mejor que lo que proponemos nosotros. ¡Yo hasta que no tenga una dirección clara marcada por mis jefes, no me pongo en camino!

– Pues sí ¡vaya tontería! No sé para qué trabaja tanto pudiendo seguir haciendo lo de siempre, dijo Peco.

Pitu, escuchó atentamente y respondió.

– Bueno, cuando venga el futuro incierto feroz veremos quién ha sido el más listo de los tres – dijo a modo de advertencia.

Tardó varias semanas y resultó un trabajo agotador, pero sin duda el esfuerzo mereció la pena. Cuando su propuesta estuvo desarrollada, se sintió orgulloso y suficientemente fuerte como para enfrentarse con éxito ante cualquier emergencia.

– ¡Qué bien ha quedado! Ni un huracán podrá con ello.

Cada uno de los tres siguió trabajando durante meses según su mentalidad.

Todo parecía tranquilo hasta que una mañana, vieron que el temible futuro feroz llevaba trabajando en la sombra mucho tiempo y ya les había llegado la hora.

Paco salió corriendo y se refugió en su club llamado “Esto no es culpa mía”. Allí se sentiría seguro porque había muchos que, como él, confiaban en que las soluciones no estaban a su alcance. Una vez dentro del club, cerró la puerta y respiró aliviado.

Era un lugar sombrío y gris, lleno de hombres y mujeres sentados en cómodos sillones de alegres colores que animadamente charlaban sobre lo listos que eran por haberse refugiado allí. Estuvo esperando a que alguien le acomodase y frases como “la culpa es de otros” o “yo no tenía opción” llegaron a sus oídos, haciéndole sentir que estaba en el lugar correcto.

Un amable anfitrión le indicó que le ayudaría a encontrar su lugar. En un breve recorrido le fue indicando qué tipo de compañerxs se encontraban allí:

  • En estos sillones, descansan quienes decidieron seguir los consejos de otras personas sin reflexionar, sin cuestionarse, y por ello acabaron perdidos, sin rumbo y se afiliaron a este club. Ahora están demasiado cómodos y no tratan de descubrir su verdadera inquietud ni propósito.
  • En aquel rincón de allí, están los sillones-transitorios. Son los más confortables porque fueron diseñados para provocar relax y permitir a las personas descansar un poco antes de reanudar su viaje de descubrimiento. El problema es que, generan tanto placer instantáneo, que muchos deciden retomar su viaje al día siguiente y terminan ahí de por vida. La vida ya les parece tan pesada, que prefieren quedarse a vivir aquí para siempre. Son los eternos procrastinadores, los que acaban posponiendo lo más importante: a ellos mismos.
  • Aquellos sillones dobles están ocupados por los que dudan de todo. Van preguntando a unos y a otros qué lado del sillón deberían ocupar, si está en el lugar apropiado, si en la sala hay algún lugar mejor o si la temperatura es la correcta. Como obtienen respuestas diferentes, se han quedado en la duda y han olvidado que pueden pensar. Lo peor de todo es que el miedo a equivocarse les ha comido la ilusión y la pasión y se encuentran cada vez más inmóviles. No saben quiénes son, qué quieren o qué aportan y se pasan el día entero reflexionando sobre qué está fallando sin asumir su responsabilidad por levantarse y emprender su camino hacia otro lugar mejor.

En su recorrido por el club, Paco descubrió dos zonas que le entristecieron muy profundamente.

En un lateral había una larga barra de bar donde se servían apetitosos aperitivos. Había una hilera de sillas altas, ocupadas por personas que, al presionar una pantalla, recibían su ración al instante. Una vez estaban saciados de comida y bebida, podían solicitar juegos, entretenimiento, compras de todo tipo o charlar cómodamente con sus compañeros del club. Paco vio como las sillas estaban diseñadas para impedir que las personas pudiesen irse de allí, pero ellos parecían no notarlo y estaban agradecidos pensando que recibían pagos por sus esfuerzos.  Era la prisión más sofisticada que él había visto nunca, aquella que te atrapa sin que se noten los fríos barrotes.

¡Qué raro que sientan bienestar cuando en realidad están presos!, pensó. Y por primera vez fue consciente de su propia cárcel mental.

Al fondo de la sala había una guardería dónde niños y niñas de corta edad repetían sin cesar: “No es culpa mía, es del profesor”; “Yo soy especial y mejor que los demás”, mensajes que los niños se veían obligados a repetir rítmicamente mientras eran supervisados por un adulto que les premiaba su aprendizaje con juegos y golosinas.

Con tristeza, Paco descubrió que él mismo era ese niño que creció pensando que el mundo estaba hecho para él y que todos debían estar a su servicio y trabajar para contribuir a su éxito.

También había padres que decían a sus hijos “no escuches a tu madre” o madres que desatendían a los pequeños bajo etiquetas como “quédate sentadito y no me molestes” “eres torpe” o “no vales para nada”.

Y tras verse a sí mismo con una mirada ausente cuando estaba con sus propios hijos, una última imagen pasó por su cabeza que cuestionaba si sus fallidas relaciones personales no habrían fracasado por lo mismo. Aunque, ahora sí fue consciente cómo un conocido pensamiento se despertaba en forma de “no fue culpa mía, me educaron así” …  Cabizbajo por la emoción de tristeza que empezaba a embargarle, de repente, oyó que el lobo gritaba:

– ¡Soplaré y soplare… y vuestro castillo de excusas derribaré!

Y tal como lo dijo, el club se desmoronó y todos los que allí se habían refugiado, huyeron lamentando no haber escuchado a tiempo.

Paco salió corriendo en busca de su buen amigo Peco que estaba escondido en el club del que él era el presidente, conocido como “¡con todo lo que yo me he esforzado! Al igual que el anterior, era un lugar muy concurrido en el cual todos se lamentaban de la terrible situación, y de lo duro que ellos habían trabajado para evitarlo.

La sala principal de este club estaba llena de personas que no paraban de caminar hacia algún lugar. Paco y Peco observaron cómo cientos de personas se movían de un lugar a otro a través de unos pasillos que comunicaban unas salas con otras. No tenían sentido ni dirección, pero ellos no parecían darse cuenta de ello. Incluso en algunos pasillos había intersecciones y los caminantes se cruzaban una y otra vez con las mismas personas sin ser conscientes de que la misma imagen se repetía.

Un amable anfitrión, esta vez con pinta de tener mucha prisa, les indicó que les ayudaría a encontrar su lugar. Y en un breve recorrido les fue indicando qué tipo de compañeros y compañeras se encontraban allí:

Primero coincidieron con un grupo que caminaba en círculo yendo deprisa a ninguna parte. –Son personas confusas que no se atreven a pararse a pensar- les dijo el anfitrión. Llegaron aquí dispuestos a ser motores del cambio, pero sin saber que significaba realmente. -Llevan años aquí y no parece que quieran moverse-. Sin duda, este es el grupo de socios más numeroso, incluso tenemos lista de espera de cientos de jóvenes que acuden cada día dispuestos a cambiar el mundo, pero sin definir el rumbo, así que se mueven en círculo y terminan por creer que son motores en movimiento.

  • En ese mismo pasillo, se encuentran aquellos que se comparan continuamente con otros. Son terriblemente infelices, quieren ser y tener las mismas cualidades, pero siempre terminan encontrando a alguien que en algún campo es mejor que ellos. Por ello, se encuentran aquí enfadados con el mundo por no ser los mejores. No se han parado a pensar en cuáles son sus dones o virtudes y su enfado constante les impide centrarse en su aportación de valor. En sus camisetas han escrito la frase “Si no eres el mejor, no lo intentes”.
  • En aquella habitación oscura del fondo, podréis ver unas construcciones a modo de iglú donde se esconden los que no se sienten dignos del mundo, los que se creen desprovistos de talento y cualidades y que vienen aquí cuando terminan de trabajar porque no quieren que nadie les vea ni desean interactuar con sus semejantes. Les conoceréis porque en su camiseta lucen el lema: “No soy suficientemente bueno” o “No merezco tener éxito en la vida”.
  • El motivo por el que aquí no hay zona de recreo es porque las personas no se permiten tiempo para disfrutar, les explicó el mayordomo. – La mayoría se sienten culpables con el disfrute y buscan tareas para llenar su tiempo y no sentir soledad ni tristeza por estar perdidos.

Peco empezó a darse cuenta de que muchas de las cosas que veía le recordaban a él. Se había esforzado en trabajar duro únicamente para resultar mejor y competir con otras oficinas. Su vacío interior se hacía patente al verse a sí mismo en las caras, desprovistas de vida, de quienes corrían de un lado a otro aparentando hacer. El lema “con todo lo que yo me he esforzado” ya no le parecía real.

Recordó con pesar cómo había abandonado los tiempos de relax y disfrute con su pareja, los juegos con sus hijos o el tiempo perdido sin acompañar a sus padres en su lento envejecer. Empezaba a dudar de que haber puesto todo su ser en el trabajo hubiese sido la mejor opción.

En ese momento, todos escucharon al lobo gritando fuera:

– ¡Soplaré y soplare… y vuestro castillo de excusas derribaré!

La estructura del club empezó a moverse y a caer hasta quedar reducida a lo mínimo.

Los dos amigos, desesperados, huyeron a gran velocidad y llamaron a la puerta del club de Pitu, llamado: “Soy parte de la solución”. Él les abrió la puerta y les hizo pasar, cerrando la puerta con llave.

– Tranquilos, el incierto futuro no podrá destrozar este lugar.

Al entrar al club encontraron una espaciosa sala con luz natural proveniente de un techo de cristal creando un ambiente confortable y vivo. En el centro, un pequeño invernadero dividía la sala en dos. A un lado, las paredes estaban cubiertas de modernas librerías que recogían volúmenes de todas las disciplinas. En el otro lado, mesas de todos los tamaños estaban ocupadas por personas hablando sobre distintos temas que ellos lamentaron no poder oír.

Pitu les avisó: antes de entrar, y si queréis pertenecer a este lugar, tendréis que leer y firmar el siguiente compromiso:

  1. La culpa no existe. Busca la responsabilidad de lo que te pertenece y deja que cada uno asuma la suya.
  2. Todos tenemos parte de responsabilidad en hacer que los negocios sean buenos para el mundo y para el planeta.
  3. Renuncia a la necesidad de tener razón. Todos somos maestros, todos somos aprendices.
  4. Nunca dejes de aprender. Investiga, escucha, pregunta, crea y reflexiona.
  5. Deja espacios a los demás. Lo igual suma. La diversidad multiplica.
  6. Elimina la idea de posesión. Los apegos intelectuales o emocionales te alejan de la prosperidad.
  7. Utiliza tu intuición, cuerpo, pensamiento y emociones como vías de crecimiento.
  8. Sé bueno contigo, con los demás y con el mundo en general.
  9. Si algo está roto, repáralo. Si algo sobra, repártelo. Si algo sabes, compártelo
  10. Ten siempre presente tu propósito.

Una vez firmaron el acuerdo, entraron a la sala. Pero no había pasado mucho tiempo cuando el temible lobo llegó y por más que amenazó, no pudo mover ni un solo ladrillo de las paredes ¡Era un lugar muy sólido! Aun así, no se dio por vencido y buscó un hueco por el que poder entrar.

En la parte trasera del club llamado “Soy parte de la solución”, había un cobertizo donde se almacenaban los miedos. El futuro incierto saltó por la chimenea y se deslizó por ella con el fin de caer y esparcir los miedos entre todos los que allí trabajaban, pero resultó que el almacén de miedos estaba construido bajo el lema “Amamos el aprendizaje continuo. Estamos preparados”. La sorpresa fue tal que el futuro incierto se deshizo por completo.

– ¿Veis lo que ha sucedido? – regañó Pitu a sus compañeros – ¡Os habéis salvado por los pelos de caer en las garras del lobo! Si no formas parte de la solución, eres parte del problema. Espero que hayáis aprendido la lección, les dijo.

¡Y desde luego que lo hicieron!

 

Sara Ferreras, TRIMTAB

Consultora especializada en crecimiento organizacional y en la tecnología de las relaciones humanas.

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